Todo lo bueno se acaba. Por suerte, a veces hay algún as bajo la manga escondido, como me pasó a mi. De camino a casa y antes de dejar atrás todos los maravillosos lugares italianos que visitamos, pudimos pasar por la lujosa ciudad-estado de Mónaco.
Las vistas no pueden menos que calificarse como magníficas. Para entrar en Mónaco es necesario bajar una gran cuesta con muchas curvas. En lo más alto de ésta hay un pequeño mirador en el que se puede admirar la silueta perfecta de la ciudad. Las vistan eran tan bonitas que mi familia y yo perdimos la noción del tiempo y aún no se cuantos minutos pasamos disfrutando del paisaje sin hacer nada más que exclamar: "Es precioso".

Al llegar al centro del principado, nos dirigimos directamente a visitar el famoso casino de Montecarlo. Un vez en la puerta del casino, al mirar a mi al rededor me di cuenta de que lo que veía se asemejaba mucho a las imágenes que había visto en películas e imágenes de Hollywood, todo lujo, rodeado de montañas, sólo coches de alta gama... Era como subir de categoría de pronto a primera clase, claro que solo por unos minutos.
Pasar a la sala principal es gratis, no así para entrar al propio casino. Sin embargo, solo viendo la sala principal tan amplia y elegantemente decorada cualquiera puede darse cuenta del glamour que desprende el lugar y su gente.


Debo recalcar por otra parte, que paseando en coche por algunas de las calles se puede ver por dónde pasa el circuito de la carrera de Fórmula 1 que se celebra anualmente bajo el nombre de Gran Premio de Mónaco, donde todo son curvas cerradas y rectas cortas.
Visto todo esto, solo puedo decir que justo cuando pensaba que las vacaciones se habían acabado, me encontré con esta perla. No es que la riqueza y el glamour lo hagan un sitio especial, sino que el paisaje y la geografía te llaman a contemplarlo y a disfrutarlo. Un cierre perfecto para las vacaciones más bonitas que he pasado, para el viaje de mi vida.